lunes, 11 de junio de 2012

Albert Cossery: esperpéntica miseria


En las memorias de Mario Muchnik, Lo peor no son los autores, descubro a una figura fascinante: Albert Cossery, escritor egipcio en lengua francesa, apologista de la ociosidad, amigo de Camus, Durrell o Henry Miller, quien tradujo su primer libro al inglés. Cossery fue una mezcla de dandy y asceta: vestía con elegancia pero vivía con modestidad, permitiéndose lujos cotidianos como el vino o los libros. Desde mediados de los años cuarenta vivió en el mismo hotel de París hasta su muerte en 2008.

Su primera novela, La casa de la muerte segura, es un cómico retrato de lo más bajo de la sociedad egipcia. Los inquilinos de una ruinosa casa a punto de derrumbarse se enfrentan al propietario, un codicioso estafador, para que ponga remedio al inminente desastre. El hambre y la pobreza forman el ambiente natural del edificio, en el que los hombres se dedican a la vagancia, las mujeres a dar rienda suelta a su rencor y los niños a engañar el frío y la falta de comida con juegos y travesuras. La ignorancia sume a los vecinos en la degradación y ésta los acerca al crimen. Cossery retrata con elocuencia y agilidad en los diálogos la vida siempre a la gresca de estos personajes, pesimistas y propensos a la desgracia. Sin embargo, el talento del autor compone con estos materiales una novela tremendamente cómica y, a la vez, de una seca belleza que muestra los destellos de deseo y las singulares reflexiones de estos desdichados. La editorial Pepitas de calabaza ha reeditado Mendigos y orgullosos, tal vez la obra más conocida de Cossery y esperemos que el comienzo de su reconocimiento en España.

jueves, 7 de junio de 2012

Trayectoria de "La Opinión"


Fundar un periódico es una empresa ambiciosa y arriesgada para la cual son necesarios muchos profesionales de diferentes campos: periodistas, redactores, contables, diseñadores... Hace falta también un grupo de inversores que arriesguen cierta cantidad de dinero para que el proyecto eche a andar. Y es fundamental que se imponga una visión de conjunto, una perspectiva que dote de alguna coherencia a la disparidad de caracteres y visiones. El añorado Factual tenía una personalidad poderosa y múltiple, lo que más bien horrorizó a los accionistas, quienes pronto decretaron un cambio de rumbo. El recién nacido Huffington Post parece un proyecto de instituto, apresurado y carente de solidez. Que pierda toda esperanza el que vea el fotomontaje con el que inauguraron.

Hace unos días terminé un libro en el que se narra la truncada historia de La Opinión, mítico periódico argentino fundado a comienzos de los 70 por el carácter inquieto y combativo de Jacobo Timerman. Se trata de La Opinión amordazada, de Abrasha Rotenberg, quien fue testigo del nacimiento del periódico y responsable de buena parte de su andadura. Rotenberg nació en la Unión Soviética y llegó a Buenos Aires con ocho años. En la nutrida comunidad judía de la ciudad conoció a Timerman, con el que hizo buenas migas a pesar de la disparidad de temperamentos. Rotenberg cursó estudios de Economía y se dedicó a la asesoría de empresas pero siempre estuvo vinculado a los proyectos periodísticos en que se embarcaba Timerman. Y surgió la idea de una publicación diaria, moderna y plural, con una postura crítica hacia el gobierno y en la que los artículos apareciesen firmados por sus autores, algo poco común en esa época. Rotenberg quedó encargado de la parte administrativa del proyecto, el cual demostró ser viable con una inversión poco cuantiosa. Encontrados los avales necesarios y reunida una plantilla con lo más granado del periodismo del país, todo estuvo listo para editar el número cero de La Opinión. Y el éxito no se hizo esperar.

Rotenberg se consideraba un mero espectador del trabajo periodístico, un gestor, y por eso su visión de la historia es particularmente interesante. No solo fue testigo de las sacudidas que las críticas del periódico provocaban en políticos y empresarios, con la consiguiente bofetada de respuesta, sino que narra también el día a día de las intimidades del periódico, desde las dificultades para conseguir publicidad hasta los conflictos entre los periodistas y sus superiores. Su carácter templado y pragmático ayudó a resolver muchas crisis internas, especialmente cuando Timerman, preocupado por su seguridad y la de su familia, emigró a Israel. Rotenberg supo entonces reencauzar la línea editorial del periódico, que se había vuelto muy complaciente con las actividades gubernamentales provocando con ello una espantada de periodistas y lectores, dar forma de nuevo a una publicación sólida e independiente y lidiar personalmente con los muchos y poderosos agraviados por el nuevo rumbo. El autor da una visión serena y desmitificada de estos personajes, restándoles interés y carisma. 

Y otra figura se me aparece con tintes algo turbios, tal vez sin proponérselo el autor: la de Jacobo Timerman. Rotenberg destaca a menudo el carácter voluble y polémico de su amigo, su talento a la hora de sacar adelante distintas publicaciones (Primera plana, Confirmado, La Opinión) para abandonarlas en pleno éxito. Era odiado por sus rivales y por los que trabajaban para él. Rotenberg sufrió muchos de sus desplantes: de su postura opositora, La Opinión fue variando mientras Timerman se dejaba acariciar por las invitaciones a codearse con los dirigentes del país. Cuando sintió que su situación y la de su familia peligraban, cedió el mando a Rotenberg sin muchas explicaciones y se fue a Israel. No pudo adaptarse a la tan distinta vida israelí, sin embargo, y volvió a Argentina reclamando su puesto con buenas palabras pero implacablemente. Se aprestaba a cumplir los propios caprichos y descartaba las ideas ajenas. Ascendió a su hijo sin apenas experiencia a un cargo importante al que aspiraba Rotenberg. Y así...

En el convulso clima político de Argentina la violencia era legitimada a menudo por el gobierno y por las guerrillas, pero a mediados de los 70 el número de cadáveres aumentó espeluznantemente. Estar en una lista de unos o de otros, con o sin motivo, podía suponer el secuestro y muerte de una persona. Rotenberg sufrió un atraco en su casa por un grupo asociado a la guerrilla. A partir de entonces se dio cuenta de que la violencia podía caer sobre cualquiera, incluso sobre alguien tan moderado como él. Se mudó con su familia a España (sus hijos son Cecilia y Ariel Rot, por cierto), volviendo regularmente a Buenos Aires para hacerse cargo de los asuntos relacionados con el periódico. Hasta que una visita relámpago de Timerman a Madrid, un verdadero gesto de amistad, le convenció de no volver, pues su vida estaba amenazada. Luego Timerman fue encarcelado y torturado, y La Opinión fue secuestrado por el gobierno.

La Opinión amordazada es un retrato apasionante de aquellos años terribles. El estilo de Rotenberg parece sonreír cuando cuanta las dificultades a la hora de crear un periódico, compesadas ampliamente por el gozo de estar creando algo. Un gozo más que humano.

Abrasha Rotenberg, La Opinión amordazada. La lucha de un periódico bajo la dictadura militar
380 págs
del Taller de Mario Muchnik

domingo, 3 de junio de 2012

Descuidos, prisas, vicios y normas de estilo


Procuro leer de vez en cuando libros sobre cuestiones lingüísticas, desde normas de estilo o de puntuación hasta recopilaciones de gazapos e incorrecciones varias. Supone una buena higiene para los aficionados a escribir paridas en blogs: uno se da cuenta de la enorme cantidad de errores, inconsecuencias y moderneces que perpreta en sus párrafos. Cuando me atrevo a releer uno de mis escritos me salta a la cara una serie de pifias constantes: la incorrecta utilización de preposiciones, la adopción acrítica de fórmulas que he leído en otros autores, algunos tics habituales en un momento dado (Twitter es una mina para eso), uso erróneo de algunas palabras... No ayuda el querer ser original, sacrificando a menudo la corrección por el dudoso brillo de la frase. Uno va tomando maneras equivocadas de algunas traducciones, de lo peor del lenguaje periodístico y, sobre todo, de la propia pereza y redacta con ello unos engendros que no hubiesen merecido un 3 en un examen del instituto.

Por todo ello he leído con mucho interés y dando con la cabeza contra la pared las Nuevas normas de estilo, de Mario Muchnik. El veterano editor explica los criterios que rigen en su editorial para que los textos aparezcan en óptimas condiciones, como las exigencias a traductores o correctores. Algunas reglas las aplica por norma, por ejemplo:

"Abortar - Como bien dice el Ombudsman de El País (16/2/1992), abortar es instransitivo, con lo cual la policía jamás abortó, aborta ni abortará un atentado, sino que lo hará abortar".

""Catalanadas" - El imperativo del verbo ir es, en español, ve -y no ves, como con tantísima frecuencia se encuentra en manuscritos españoles made in Cataluña.
Por otra parte, nada cambía sino que cambia, nada es cuasi sino casi, nada vale más que no otra cosa, sino nada vale más que otra cosa.
Hacer cara de cansado, o cara enfadada, o mala cara es catalanismo de pura cepa. La cara no se hace, se tiene o se pone.
Encarecidamente: ¡que nadie encuentre a faltar nada! Que lo eche en falta o que lo eche de menos, vale. Pero que lo encuentre a faltar..."

"Cotizar - No, el dólar nunca cotizará a 0,80€. Es posible que el dólar se cotice a 0,50€, al paso que vamos, y la editorial ahí no puede nada..."

"Detentar, ostentar - Se detenta el poder cuando se lo toma sin derecho (generalmente por la fuerza) y no se lo larga. Quien gana el poder por vías de derecho puede ostentarlo. O, si es persona recatada y modesta, lo ejerce, lo ocupa, etc."

"Plantear - Se plantea un problema pero se propone una solución. Nuca se plantea una solución."

En otras cuestiones Muchnik cede la última palabra al autor, verbigracia en el uso de cantar o cantar a, en los leísmos (tan frecuentes, ay, entre los del norte) o en lo que llama certeramente "retórica idiota": "Nuestro posicionamiento es...", "Concreticemos", "En la mañana de hoy" etc. Por supuesto, algunas de las preferencias de Muchnik son discutibles pero todas son dignas de atención, siendo el resultado de una vida dedicada a la lectura y a la edición. En mi caso, compruebo que me salto a la torera la intransitividad de unos cuantos verbos y la preposición que rigen otros, por mencionar sólo esto. Aunque también es un alivio bastante mezquino comprobar que el maestro no siempre es fiel a sí mismo. Veamos:

"Declive - Un declive es una pendiente, como la de la ladera de una montaña o la de una rampa, cuya característica es que sirve para bajar y para subir. La decadencia de algo (de los Estados Unidos, del género novelístico, de una determinada ideología o de las facultades mentales de un jefe de estado) no es nunca un declive sino una declinación (en su primera acepción, cuya característica es que es de sentido único hacia abajo (y por lo general, dicho sea de paso, irreversible). por lo tanto:
La declinación de la poesía -y nunca, como dice El País en un titular del 22/4/1992 en su página 30, el declive de la poesía;
La declinación del imperio Romano -y nunca su declive".

Mientras que en el apasionante La Opinión amordazada, de Abrasha Rotenberg, editado por del Taller de Mario Muchnik en 2000, me encuentro como a propósito con esto en la página 192:

"También se hallaba en continuo conflicto con sus redactores, quienes le habían quitado su colaboración restándole brillo y calidad al contenido, lo que produjo un imparable declive económico y financiero". [cursivas mías]

sábado, 2 de junio de 2012

Contra los adolescentes


Alain Finkielkraut: No detesto mi juventud, pero no sería mi conciencia adolescente, por cierto, aquello a lo que recurriría para hacer frente a las exigencias de la hora. El adolescente es el ser de la mirada clara, de la voz vibrante, del rostro grave, que sólo ve escándalos allí donde hay problemas o dilemas, y líneas rectas allí donde hay encrucijadas. Para él, a quien el egoísmo lo asquea, la política se confunde con la moral, y la propia moral se reduce al combate con el Dragón. Sin embargo, las situaciones reales  surgen más a menudo de la alternativa corneliana que de la venganza del conde de Montecristo, y la moral no es difícil porque no opone al Bien y a la Bestia, sino que consiste, como dice Renaud Camus, en elegir o intentar una improbable síntesis entre un bien y otro bien. La democratización del lujo es un bien, pero al mismo tiempo lo es la preservación del mundo. La familia es un bien, así como la emancipación de las mujeres. El Estado benefactor y la cohesión nacional son bienes, pero la hospitalidad nos requiere igualmente... ¿A qué santo encomendarse? ¿Qué hacer cuando el deber da órdenes contradictorias o surge de varios lados a la vez? La adolescencia huye de ese rompecabezas ético en la abstracción exaltada de un universo de reemplazo, donde todo el sufrimiento de los hombres es producto de la política de los malvados. Salir de la adolescencia es, pues, ya no tener necesidad de un sinvergüenza para encarnar la parte mala de la Historia: la gravedad juvenil deja lugar no a la frivolidad o al magisterio, por cierto, sino a la dificultad y a la pasión por comprender. Pasión que se manifiesta hasta en situaciones extremas: "Que el lector cierre aquí el libro si espera una acusación política -escribe Solzhenitsin en El archipiélago Gulag-. ¡Ah, si las cosas fueran tan simples, si en alguna parte hubiera hombres de alma negra que se entregaran pérfidamente a oscuras acciones, y si se tratara solamente de distinguirlos de los otros, y de suprimirlos! Pero la línea divisoria entre el bien y el mal pasa por el corazón de cada hombre. ¿Y quién destruirá un trozo de su propio corazón?"

Alain Finkielkraut y Peter Sloterdijk, Los latidos del mundo
Traducción de Heber Cardoso
Amorrortu Editores

viernes, 1 de junio de 2012

El placer de la lectura. Y nada más que el placer


Gracias al ínclito José Antonio Montano pude ver por fin el programa de Apostrophes dedicado a Vladimir Nabokov. El gran escritor ruso se explayó sobre su vida y obra, sobre política, mariposas o sobre la fecunda promiscuidad con los varios idiomas que manejaba. El odio que cultivaba hacia las imprecisiones le hacía solicitar las preguntas de las entrevistas por anticipado: si uno se fija en el vídeo comprueba que Nabokov lee todas las respuestas. Eso sí, ocultando coquetamente tras un parapeto de libros las fichas que traía preparadas.

La pasión de miniaturista de Nabokov llenaba sus párrafos con infinidad de detalles referentes a otros tantos aspectos sensitivos o intelectuales. Esta minuciosidad estaba perfectamente calculada y buscaba causar un efecto muy determinado en el lector: que éste recrease exactamente la misma experiencia que había vivido el autor. Como señala Zadie Smith, nabokoviana confesa, en uno de los ensayos de su excelente Cambiar de idea, el ruso tenía una actitud un tanto despótica con los que se acercaban a sus libros: él empleaba todo su arte y se tomaba infinidad de molestias para darle vida a una escena de una forma muy concreta. Por ello, cualquier lectura que se apartase de su intención era errónea.

Cuando uno se encara con alguna de las novelas de Nabokov, esta exigencia se vuelve completamente razonable. La tremenda inventiva verbal y la viveza de las situaciones vuelven un auténtico gozo la inmersión en su prosa. El que acepta su juego y, con ello, sus normas no sale defraudado. Pero exige un esfuerzo correspondiente al que él mismo ha empleado y no todos los lectores están dispuestos a ello. La mayoría tiende más bien a la pereza del best-seller y a la papilla del tópico.

En ¡Despidan a esos desgraciados! Jack Green escribió, refiriéndose a Los reconocimentos, de William Gaddis, y a sus atolondrados críticos:

"El autor tiene derecho a escribir como le venga en gana, ¡que se joda el lector medio!". (pág 122)

Lo mismo que espetó David Simon a los que se quejaban de la complejidad de The Wire (no sé si lo tomó del libro de Green o fue cosecha propia). Todos estos autores son acusados a menudo de autocomplacientes, de regodearse en la dificultad gratuita, de querer humillar al lector con exhibiciones de cultura y de alambicamiento (aunque algo de eso hay en Ada o el ardor, Lucette me perdone). Muy al contrario, lo que autores de esta raza pretenden es poner al lector en un plano de completa igualdad. Nada del mínimo común del más ignorante sino el orgullosos despliegue de la inteligencia, el uso de toda técnica que sea necesaria para plasmar la propia visión, el esfuerzo de expresar una sensibilidad de forma íntegra, abarcándolo todo. Todo ello solo al alcance de los valientes, de los que saben disfrutar de la carnalidad de la frase, de la música palpitante del periodo, de la mirada que se clava como un cuchillo en el vientre de la realidad. Todo ello por el placer de crear y por disfrutar de la creación.

Y ahora Nabokov por él mismo, con subtítulos en castellano. ¡Dentro vídeo!