martes, 1 de diciembre de 2009

He aquí al hombre

a
En este día perfecto en que todo madura y no sólo la uva toma un color oscuro acaba de posarse sobre mi vida un rayo de sol: he mirado hacia atrás, he mirado hacia delante, y nunca había visto de una sola vez tantas y tan buenas cosas. No en vano he dado hoy sepultura a mi cuadragésimo año, me era lícito darle sepultura, - lo que en él era vida está salvado, era inmortal. La Transvaloración de todos los valores, los Ditirambos de Dioniso y, como recreación, el Crepúsculo de los ídolos - ¡todo, regalos de este año, incluso de su último trimestre! ¿Cómo no había yo de estar agradecido a mi vida entera? Y así me cuento mi vida a mí mismo.
FRIEDRICH NIETZSCHE, Ecce homo


Un hombre bien vestido y perfumado, solitario y muy educado, que jamás levanta la voz, más bien tímido: ésa podría ser la descripción de Nietzsche por parte de alguien que lo hubiese conocido. En el tiempo anterior a su desmoronamiento psíquico en Turín, nadie de los que se relacionaban con él en el hotel en que se alojaba podría haber sospechado que ese extranjero enfermizo y encantador era uno de los filósofos que más daría que hablar en el siglo siguiente. Como el mismo Nietzsche quiso, su nombre ha ido asociado a grandes guerras, a tragedias sin cuento, a la parte más inhumana, en fin, del s.XX. En el preludio a la demencia que le doblegaría los 11 últimos años de su vida, un período de extraordinaria fecundidad creativa, Nietzsche redactó una de las autobiografías más sorprendentes en cualquier lengua: Ecce homo. Cómo se llega a ser lo que se es.


En este texto breve y a ratos deshilachado (debido tanto a las mutilaciones que le infringió la hermana del autor, restauradas en esta edición, como a las penosas condiciones de salud en que lo redactó Nietzsche), sorprende en primer lugar la egolatría, cuando no megalomanía del autor. Véanse si no los títulos de los capítulos: Por qué soy yo tan sabio, Por qué soy yo tan inteligente, Por qué escribo yo libros tan buenos, Por qué soy yo un destino. En los dos primeros capítulos hace una heterogénea mezcla con la calidad de su ascendencia (se atribuye a sí mismo un más que dudoso linaje aristocrático polaco), diatribas varias contra su madre y su hermana o una relación de sus costumbres y su dieta. Todo ello destinado a dar razón de la multitud de causas que han confluido en la creación de una personalidad tan singular como la de Nietzsche, la cual ha alumbrado unos pensamientos que dividen la historia de la humanidad en dos. O al menos eso dice él.

La base del pensamiento nietzscheano, lo que le da atractivo y, a la vez, es causa de la zona más intransitable de su pensamiento, es una energuménica y radical
afirmación de la vida. No sólo la belleza, la alegría y la risa, Nietzsche acepta y, aún más, ensalza la parte más negra de la existencia: el sufrimiento, la crueldad, la destrucción. Tanto lo bueno como lo malo forman un todo indisoluble. Como muy bien expresa un poema de su inalcanzada Lou Andreas Salomé:


Al dolor

(oración a la vida)

¡Sin duda un amigo ama a su amigo

como yo te amo a ti, vida llena de enigmas!

Lo mismo si me has hecho gritar de gozo que llorar,

lo mismo si me has dado sufrimiento que placer,
yo te amo con tu felicidad y tu aflicción:

y si es necesario que me aniquiles,

me arrancaré de tus brazos con dolor,

como se arranca el amigo del pecho de su amigo.


Con todas mis fuerzas te abrazo:

¡deja que tu llama encienda mi espíritu

y que, en el ardor de la lucha,

encuentre yo la solución al enigma de tu ser!

¡Pensar y vivir durante milenios,

arroja plenamente tu contenido!

Si ya no te queda ninguna felicidad que darme,

¡bien! ¡Aún tienes - tu sufrimiento!


Negar una de las partes supone caer en el peor de los pecados: el nihilismo, esto es, la negación de la realidad dada en aras de un mundo inexistente, inventado por aquellos incapaces de tomar la vida con toda su violencia y su belleza. Estos espíritus débiles son los que, contra todo pronóstico, han prevalecido sobre los fuertes y han impuesto su moral y sus valores. Estos ministros de la moral del resentimiento están claramente identificados: los sacerdotes, y su moral es, por supuesto, el cristianismo. Han conseguido que sus valores (humildad, compasión, pobreza, castidad) oscurezcan los valores auténticos, aristocráticos (crueldad, orgullo, fuerza, vitalidad).

Todo lo anterior lleva a una de las partes más controvertidas del pensamiento nietzscheano, en la que conviene deslindar lo que es de su cosecha de lo que se le ha añadido posteriormente: el superhombre. Éste es, ni más ni menos, quien acepta los valores que dicen sí a la vida, aquel que acepta el sentido trágico de la existencia. Es sintomático que el débil, enfermizo y vulgar Nietzsche le aplique los calificativos exactamente opuestos a él: fuerte, vigoroso, saludable, aristocrático. Por otro lado, no hay que sumarle ideas que Nietzsche no tuvo: por ejemplo, idea alguna de superioridad de raza. En abundantes pasajes de Ecce homo se lanzan andanadas asesinas contra los alemanes y la cultura alemana. Nietzsche se considera culturalmente francés. Y ya he mencionado sus fantasías sobre su ascendencia polaca. En cuanto al antisemitismo, jamás critica a los judíos en cuanto tales (de hecho, criticó a Wagner por su burda judeofobia) y es un rendido admirador del Yahvé veterotestamentario frente a la moral judeocristiana. Sin embargo, todo esto no le exime de ser un precursor ideológico, por su filosofía de señores contra esclavos, del mundo de los Lager, como ya mencioné en otra parte.

La obra de Nietzsche, viva y polémica, aún sigue teniendo una indiscutible vigencia para pensar y analizar muchas de las tendencias actuales. Es de destacar, como es costumbre en su autor, el vigor y la agilidad del estilo. Sorprende este contraste también: el Nietsche correcto, educadísimo, incapaz de levantar la voz, aparece en sus escritos casi siempre con un tono declamatorio atronador. Ecce homo es, en fin, una buena manera de iiniciarse en el pensamiento de este autor.

POSDATA: No quiero despedirme sin antes recomendarte las últimas entregas del magnífico blog Tangencias, en las que nos ofrece grandes ilustraciones de El Señor de los Anillos, de Jean Giraud y de su otro yo Moebius. Con esto y el concierto Emperador de Beethoven con Glenn Gould al piano, te dejo.

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