lunes, 8 de junio de 2009

Ten fe, camarada

Querido S.:

Como sabes, acabo de leer La gran mascarada. Ensayo sobre la supervivencia de la utopía socialista, de Jean-François Revel. Un libro interesantísimo, honesto y necesario. Y, por desgracia, profundamente europeo. Me debatía entre hacer un post comentándolo o no, y cuando ya lo había descartado por pura pereza me he encontrado con esto. Vamos primero con el libro.

Si pensábamos que la memez era un hábito exclusivamente hispánico, Revel nos muestra que nuestros vecinos no nos van a la zaga y a veces, incluso, corren más rápido. Mucho tiempo lleva sorprendiéndome que se siga usando jerga marxista en escritos intelectuales varios, especialmente en medios universitarios. Cuando filósofos y economistas, además de la propia realidad, han desmontado casi todo lo que Marx dijo, imberbes perroflautas y alternativos de MasterCard enarbolan un mejunje conceptual (supuestamente) extraído de los escritos de Marx con el que pretenden enmendarle la plana a todo lo real, caiga quien caiga.

La caída del Muro de Berlín suponía el fin de los totalitarismos comunistas, un enorme enchufe de libertad (entre las que destacaban la libertad económica y la de expresión, además de la política) a todos esos países ahogados durante tantos años por el influjo soviético. La gran utopía comunista demostraba así su descomunal fracaso en todo el mundo con un balance aterrador: millones de muertos, autoritarismo político, censura, campos de concentración o reeducación para todo tipo de disidentes, burricie económica que provocó miseria y hambre allí por donde pasó, torturas, deportaciones etc. La aplicación de los principios del socialismo científico se definieron por su total inhumanidad, por su incomprensión palmaria del mundo y, en una palabra, por su dogmatismo. En lugar de extraer los principios de la observación de la realidad, lo que constituye el objetivo de la ciencia, se establecían unos principios y luego se buscaba adaptar la realidad a ellos. No me gusta mezclar a Marx con sus discípulos, porque fueron estos los que cometieron los crímenes y malinterpretaron casi todo lo que dijo aquél. Aunque tampoco hay que quitarle mérito al padre fundador. En palabras de Antonio Escohotado:

“La iluminación del joven Marx impresiona por el número y tono de las invectivas, los subrayados y exclamaciones, la adjetivación inflamada y una preferencia por el imperativo como forma verbal, aunque tergiversa o ignora los propios procesos que describe. Tan laico parecía su hallazgo, y cuando terminamos de leer resulta que la propiedad privada es la Caída, una redefinición supuestamente científica del pecado original. La versión antigua dice que los primeros humanos comieron una manzana con ánimo rebelde. La marxista dice que se refocilan en el ser alienado de la mercancía, vendiendo y comprando gustosamente lo mismo bienes que servicios. Nada se dice sobre el día después del infierno capitalista y el purgatorio revolucionario, salvo que los seres humanos serán al fin humanos, como si la letra cursiva diese pormenor al vacío. Llevados hasta aquí por un resuelto voluntarismo -que es la conciencia de clase obrera revolucionaria-, dicha voluntad se trasmuta en una necesidad tan determinista como la física newtoniana, afirmando que ya creará sobre la marcha un reino de prosperidad y paz social sobre las ruinas del mundo mercantil”.

En lugar de a un científico tenemos a un profeta. Y ese “voluntarismo” ciego y fanático perdura hoy día en un sector preferentemente compuesto por intelectuales y universitarios. Revel hace un descorazonador catálogo de estos negacionistas y de su particular visión de los hechos. Primero negaron los crímenes cometidos por las dictaduras comunistas, cubriendo de oprobio y calumnias a los testigos de ese horror (uno de los más denigrados fue Alexander Solzhenitsin). Cuando no hubo más remedio que atenerse a las pruebas, se reconocieron los crímenes con la boca pequeña y se declaró que eran corrupciones del ideal socialista. Pero lo que demuestra la unanimidad de los testimonios es la unidad de todos los regímenes del socialismo real: todos ellos engendraron dictaduras políticas, censura, corrupción, pobreza extrema, campos de internamiento… Es decir, el fruto de la aplicación del marxismo es, siempre y sin excepciones, el totalitarismo. Y aquí viene otro punto conflictivo: el sistema totalitario (“un invento original del s. XX”, en palabras de Tzvetan Todorov), cuyo objetivo principal es la destrucción del ser humano en cuanto tal, ha sido conocido en dos vertientes: la nazi y la comunista. Pero esta evidencia provoca desgarramiento de vestiduras en la grey izquierdista, siempre presta a descalificar como “fascista” al disidente. La coincidencia de métodos y objetivos con el rival no les dice nada. Y digo “objetivos” porque ambos coinciden en el enemigo a abatir: el liberalismo. El individualismo, la iniciativa propia, la propiedad privada y, especialmente, el libre mercado son la auténtica bestia negra de ambos totalitarismos. Al comienzo he dicho que éste es un libro “muy europeo” porque el fenómeno que analiza es difícil de imaginar en el país que da forma al infierno para todo anti-sistema que se precie: Estados Unidos. Es decir, el país en el que los beneficios del liberalismo han actuado más y durante más tiempo.

En fin, estas son algunas de las ideas que encontrarás en este excelente libro. Y ahora a la noticia que ha provocado que te lo comente: los mordiscos al cuello que le han tirado a Antonio Gamoneda por criticar, aun de manera harto respetuosa, la obra (que no la persona) de Mario Benedetti. Como sabes, el escritor uruguayo siempre se ha tenido, entre la gauche divine, de escritor comprometido. Traducido: simpatizante de las dictaduras de izquierda. Cuando un intelectual es arropado por el rebaño progre, se le pone en un santoral que no admite la más leve discrepancia. Así, un comentario en apariencia tan leve como el de Gamoneda (aunque suponga un duro golpe a la labor poética de Benedetti) ha hecho caer sobre él una lluvia de insultos y descalificaciones que ni siquiera el fervor que ZP le profesa (fervor debido, sin duda, a que es leonés y acaricia el chovinismo cutre del presidente, porque no creo que semejante lelo entienda una palabra de la poesía ardua y honda de Gamoneda) ha ayudado a mitigar. Así, el hábito sectario de los izquierdistas profesionales sigue en activo. ¿Cómo habrían de verse si no las críticas de un escritor tan mediocre y tópico como Javier Rioyo? En fin, la obra de Gamoneda perdurará cuando ya no queden Rioyos que, desde ese museo del izquierdismo idiota en que se está convirtiendo El País, se dediquen a masticar y escupir la propaganda. Y esperemos que Escohotado vaya mostrándonos en su página las nuevas entregas de Los enemigos del comercio, esta vez dedicadas a Marx y sus secuaces después de repasar toda la historia anterior. Promete. Con esto y With God On Our Side, de Bob Dylan y Joan Baez, te dejo.


Un abrazo,

Á.

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