miércoles, 4 de febrero de 2009

Yo tengo mi memoria


“-¿Dónde quieres ir ahora?

-Ya me lo preguntaste hace un minuto y te dije y te digo donde tú quieras.


Estaba contento porque la llevaría a ese lugar donde no la llevé el otro día. Un lugar recluido, como cantaba Lola. Es que las mujeres son como los libros: uno siempre tiende a llevarlos a la cama. Los libros que parecen ser vírgenes están encuadernados en rústica. Hay que tener dispuesto el abrelibros. Un cortapapeles es bastante.” GUILLERMO CABRERA INFANTE, La ninfa inconstante.


Querido S.:


Pocos mundos ficticios habrá más seductores, coherentes y personales que La Habana ideada/recordada por Guillermo Cabrera Infante. Una Habana prerrevolucionaria o apenas tocada por la Revolución que gozaba, en plena dictadura de Batista, de muchas más libertades y garantías democráticas (en una dictadura) de las que luego pudo gozar nunca cualquier miembro del Partido –­ya que ésas no eran libertades sino privilegios. Lee al respecto el ensayo dedicado a la detención de Cabrera, incluido en su libro O, por escribir un cuento con “palabras malsonantes” en inglés; la policía de Batista incluso le dejó hacer una llamada. Compárese con el secuestro del corto de free cinema que rodaron el hermano de Guillermo, Sabá Cabrera, y Orlando Jiménez: P. M. en el que se dedicaban a filmar la vida nocturna habanera y que a los cabecillas de la Revolución (supongo que entre ellos estaría Haydée Santamaría, de la que te hablé el otro día) les pareció obsceno y antirrevolucionario. Aquí tienes el corto (parte 1 y parte 2) y unos jugosos comentarios de Cabrera Infante.


Hasta ahora sólo teníamos dos obras novelísticas que retratasen esa Habana luminosa que Cabrera estuvo recordando durante más de 40 años: Tres tristes tigres y La Habana para un infante difunto. A ellas se había de sumar una obra prometida durante mucho tiempo, Cuerpos divinos, que ahora espera entre los papeles del autor a que la viuda de éste, Miriam Gómez, le dé la última poda para llevarla a la imprenta. Y de pronto aparece otra novela que el autor dejó lista para publicar apenas antes de morir: La ninfa inconstante.


Si en La Habana para un infante difunto retrataba sus primeros contactos con el sexo y en Tres tristes tigres situaba un amorío a comienzos de la Revolución, La ninfa inconstante puede ponerse en medio de ambas para contar un breve idilio de juventud. El narrador vislumbra a una muchacha, casi una niña, en un edificio. Tras un precipitado viaje en taxi consigue hablar y quedar con ella. Se llama Estelita (sólo más tarde, cuando pase a ser una mujer, será Estela) y será la causa de una breve euforia y muchos dolores e cabeza. El enamoramiento imprevisto como un golpe, el deseo, la incomunicación, los celos son desmontados con la digresiva y, no obstante, ágil prosa de Cabrera Infante, llena a rebosar de juegos de palabras, paronomasias, citas más o menos escondidas, aliteraciones y toda clase de recursos que al no iniciado en su obra le pueden parecer mareantes. A mi juicio, la mejor obra para adentrarse en el mundo de este autor es La Habana para un infante difunto. Pero La ninfa inconstante también es una magnífica manera de empezar, una novela (aunque al autor no le gustase esta palabra) llena de ingenio, humor, ironía, soberbio manejo del lenguaje y una nostalgia de Cuba inscrita en todas sus obras como un tatuaje sólo entrevisto, pero siempre presente.


Tuyo,


Á.

No hay comentarios:

Publicar un comentario