jueves, 22 de enero de 2009

Sabiduría de ayer


Querido S.:

“Todo pasa y todo queda” y algunos buscamos modos de aprender de lo pasado, de escudriñar los hechos en busca de ciertas constantes que nos permitan vislumbrar el funcionamiento de lo real, un porqué fundamentado en la experiencia y la reflexión en lugar de la fe y la revelación. Ya habrás tenido noticia de la “campaña atea”, importada desde el Reino Unido, que pasea en los autobuses de varias ciudades. No me parece mal que los no-creyentes, que diría Obama, hagan proselitismo de sus ideas, ni que sea un ataque virulento contra la Iglesia y una incitación a la discordia, como enseguida se ha puesto a ladrar la Cope. O sí. Con el inmenso potencial mediático que posee la Iglesia, un pequeño y banal mensaje en el costado de unos autobuses no parece que pueda hacerle mella. Pero el surgimiento de iniciativas de este tipo, publicitadas por los medios de comunicación e Internet, puede convertirse pronto en una plaga más difícil de reprimir. Lo que clérigos y militares temen más es la curiosidad y, con ella, el pensamiento y el obrar independientes.

Ya sabes que mi grado de religiosidad es nulo pero aún así me interesa el fenómeno religioso como una sorprendente inclinación del ser humano que, aun cuando derive a menudo en fanatismo y violencia, también alumbra enormes muestras de humanidad. Y aunque soy ateo la campaña en cuestión me gusta más bien poco. “Probablemente Dios no existe. Deja de preocuparte y disfruta la vida”. ¿Por qué ese melindroso “probablemente”? En cuanto a lo de disfrutar de la vida, Rafael Sánchez Ferlosio lo comenta hoy en sus bienvenidos pecios:

“(Creyentes en la inexistencia) Ahora salen con el eslogan "Probablemente Dios no existe; deja de preocuparte y goza de la vida". No sé lo que es hoy en día "gozar de la vida" como no sea gastar dinero y hacer el mamarracho para sofocar el mortal aburrimiento de un mundo malvendido. Pero lo malo de la fe no es que Dios dé preocupaciones, sino todo lo contrario: Dios quita preocupaciones; Dios inhibe, enajena, insensibiliza, embrutece.”

Aún así, se echa de menos en el discurso público más muestras auténticamente laicas de pensamiento (y, por supuesto, descarto las boberías progres y à la page del socialismo reinante), voces cultas e inteligentes que hablen de ciencia, investigaciones y hechos en lugar de, como Obama en su discurso de investidura, Dios, fe y destino.

En fin, me he ido por los cerros de Úbeda porque de lo que quería hablarte es de la vigencia de los clásicos de la literatura. Hay una tendencia general (de la que yo también soy víctima) a “estar al día”, a consumir las novedades en detrimento de las obras clásicas. Sin embargo, una lectura atenta nos revela la modernidad de algunos autores antiguos, su clarividencia a la hora de fijar los dilemas de su época que también son los nuestros. A la hora de entender las reglas de la existencia de las que hablaba al comienzo, los autores clásicos son una guía mucho más útil y completa que la gran mayoría de nuestros contemporáneos, en su mayoría miopes y sin talento. Un ejemplo excelente es el libro que acabo de leer del gran Ovidio: Amores. Arte de amar, en excelente edición de Juan Antonio González Iglesias. En él nos cuenta, con claridad y pragmatismo, muchas de las costumbres amorosas de la Roma de su tiempo: los usos en la cosmética y la indumentaria, cómo iniciar el cortejo, el uso de alcahuetas, lamentos por haber golpeado a la amada, forzar a las mujeres cuando dicen “no” con la boca pequeña e incluso insta al marido de la amada a guardarla mejor para que la infidelidad con el poeta sea más excitante. Te copio una variación del carpe diem dedicado a las mujeres para que no se hagan las estrechas:

Ya ahora acordaos de la vejez futura:

así ningún momento se os marchará vacío.

Mientras podéis y, todavía ahora,

aparentáis los años que tenéis,

divertíos. Los años

se van igual que el agua cuando fluye.

Ni hacia atrás volverá el agua pasada,

ni puede retornar la hora pasada.

Hay que sacar partido de la edad:

se desliza la edad con raudo pie,
y la que después sigue no es tan buena

como la precedente.

Estos arbustos que ahora están canosos,
los he visto floridos de violetas.
De esta espina de ahora,
una grata corona me ofrecieron.
Vendrá un tiempo en que tú, que cierras ahora

la puerta a los amantes, yacerás

vieja y fría en la noche abandonada.

No romperá tu puerta una pelea nocturna.

Tampoco encontrarás por la mañana

rosas en tus umbrales esparcidas.

Qué temprano, ay de mí, con las arrugas

quedan los cuerpos flojos, y se pierde

el color que en su rostro espléndido hubo.


Esas canas que juras que tenías
cuando eras virgen aún, súbitamente
se esparcirán por toda tu cabeza.

Se desprenden a un tiempo las serpientes

de la vejez y de su fina piel,

y al caérseles los cuernos, no envejecen los ciervos.

Mas nuestros dones huyen sin remedio.
Coged la flor, porque si no se coge,

por sí sola caerá, horriblemente.
Añade a ello que también los partos
vuelven más breve el tiempo en que eres joven;

con continuas cosechas envejece un terreno.


(…)Continuad el ejemplo de las diosas,
vosotras, las que sois de mortal linaje,

y a los hombres deseosos no neguéis

vuestros goces. Incluso aunque os engañen,

¿qué perdéis? Todo queda. Aunque sean mil

los que lo gozan, nada de ahí se pierde.

(…)¿Y hay mujer, sin embargo,
que al hombre le responde: ”no se puede”?

¿Qué pierdes, dímelo,
excepto el agua con la que te lavas?

Y estas palabras mías no os prostituyen,

sino que evitan miedo a falsos daños.

Vuestros dones no causan daño alguno.


Sigue con salud.


Á.

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