viernes, 18 de abril de 2008

La adolescencia traicionada

Querido S.:

En 1984 Sergio Leone rodó su última película. Con ello llevó a cabo un proyecto acariciado largamente y, además, creó la mejor de sus obras. En verdad, sorprende que el barroco cineasta autor de westerns tan memorables como La muerte tenía un precio (1965), El bueno, el feo y el malo (1966) o Hasta que llegó su hora (1968), sea el mismo que filma la explosión de nostalgia de Érase una vez en América (1984). En esta última, desplaza su mirada del lejano oeste al barrio judío de Nueva York para hablarnos como nadie de la iniciación a la vida, la amistad, el descubrimiento del amor, la traición, la añoranza y, sobre todo, la fidelidad.


Noodles (Robert de Niro) es un gángster neoyorquino que se atiborra de opio en Chinatown. El remordimiento le desgarra: ha traicionado a sus amigos creyendo ayudarles y todos han muerto por ello. Perseguido a causa de su traición, sale de Nueva York, tal vez para siempre.

Más de 30 años después, un misterioso mensaje le obliga a volver a la ciudad. Alguien que conoce sorprendentemente bien los pasos de la antigua banda quiere verle. Enfrentado a los viejos lugares del barrio, tan familiares y tan cambiados, Noodles recuerda paso a paso su vida junto a sus amigos. Leone recrea el barrio judío de Nueva York en los años veinte y coloca en él a una banda de raterillos formada por Noodles, Patsy (James Hayden), Cockeye (William Forsythe) y el pequeño Dominic (Noah Moazezi). Juntos cometen robos y extorsiones a sueldo de un capo local de poca monta, Bugsy.

Pronto la banda crece con la llegada de un nuevo miembro, Max (James Woods, ahí tienes a Shark todo joven). Noodles y él se convierten inmediatamente en los mejores amigos y, como pasa siempre con las afinidades profundas, su mayor rival. Al mismo tiempo que el mejor amigo, surge el primer amor: Noodles se enamora para siempre de Deborah (Elizabeth McGovern, y la Deborah joven interpretada por una precoz Jennifer Connelly). Desde el principio Deborah muestra una gran clarividencia distinguiendo entre la ambición de ella y la poca proyección de futuro de Noodles. Como le dirá años más tarde Max, lleva el olor de la calle pegado a él. Es hermosísima la escena en que Deborah, entre tierna y burlona, le lee el Cantar de los cantares.

Muy pronto la historia se centra en Noodles y Max y deja al resto de la banda en un segundo plano. Un punto de inflexión importante es la entrada de Noodles en la cárcel. A su salida, doce años después, sus socios habrán continuado con el negocio y le habrán reservado fielmente su parte y su puesto. Pero el mundo y sus amigos han cambiado más de lo que Noodles puede suponer. Max hace crecer a la banda a pasos agigantados con golpes cada vez mayores. El reencuentro con Deborah también es amargo. Noodles prepara una cita de princesa (“-¿Llevas mucho esperando?. – Toda la vida”) al compás de “Amapola” la canción de ambos desde que Noodles la espiara mientras ensayaba ballet. Ella también sigue enamorada de él pero quiere seguir con su carrera de actriz, llegar a lo más alto. Desde su salida de la cárcel, lo que será toda la fuente de las desgracias de Noodles es su fidelidad a la banda que él dejó de adolescente, a los amigos y al amor que conoció entonces. Para él todo es aceptable mientras estén todos juntos, lleva la mentalidad de barrio inscrita en él. Pero mientras su juventud quedó truncada por la cárcel, sus amigos siguieron creciendo. Él se aferró a su vida anterior para poder resistir la reclusión; sus amigos continuaron con sus vidas. Esa fidelidad le valdrá 30 años de dolor.

Hay un enorme parecido entre Max y Deborah. Ambos son ambiciosos, ambos tienen a Noodles como una figura fundamental en su vida (su mejor amigo y su gran amor), y ambos lo dejan atrás para seguir con sus planes.

Otro acierto de Leone es la estructura de la película, mezclando hábilmente planos temporales. Noodles revive obsesivamente su vida pasada; no sabe que va a encontrarse de frente con ella. El plano final, con la sonrisa drogada de Noodles recordándolo todo, es inolvidable.

Mención aparte merece, como suele, la banda sonora de Ennio Morricone, una de las más emotivas de su autor junto con La Misión. Aquí te dejo el tema de Deborah para que lo disfrutes. Creo que Érase una vez en América es mi película favorita, o casi. Para mí supera a los Padrinos o cualquier otra película de gángsters. Son casi cuatro horas de película que merecen la pena.



 Un abrazo.

Á.

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“Este verso disipa las inanes opiniones de que Tsvietáieva nunca aceptó la Revolución. Naturalmente que no la aceptó: pues aceptar las carnicerías humanas, independientemente de los ideales en cuyo nombre se cometan, significa hacerse cómplice y traicionar a los muertos. Aceptar semejante cosa equivale a decir que los muertos son peores que los que han quedado con vida. Semejante aceptación es una posición de superioridad adoptada por la mayoría (de los vivos) respecto de la minoría (de los muertos), es decir, la forma más repulsiva de crápula espiritual. Para cualquier ser humano que se haya criado con normas éticas cristianas, semejante aceptación es inconcebible y las acusaciones de ceguera política o de incapacidad para entender los procesos históricos, manifestada en la negativa a aceptar semejantes cosas, se convierten en elogio de la persona por su clarividencia moral.” JOSEPH BRODSKY, Menos que uno. Ensayos escogidos.

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